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lunes, 23 de enero de 2017

DOS MUJERES EN MI DIVAN





Si hay algo que no debe faltar nunca en la mesa de un psiquiatra es una caja de pañuelos de papel.
Aquella mañana, la mía presentaba un aspecto deslucido ya que, después de cuarenta años en el oficio, había llegado el fatídico día de mi jubilación. Apenas alguna carpeta, un bloc de notas, el Montblanc que mi hija me regaló en Navidad y por supuesto, una caja de pañuelos; ocupaban mi escritorio, viejo aliado que tenía por misión separar al cuerdo del supuesto demente. A veces esa línea invisible era tan difusa que ni yo mismo sabía en qué lado posicionarme y aquel día, complicado para mí, me hubiera gustado ser cualquier otro; alguien que tuviera la vida por delante, aunque para ello fuera necesario elegir el lado de aquellos a quienes la mayoría señalaban como locos. Mi última paciente se hallaba tras la puerta, así que dejé mis oscuras reflexiones y tras ajustarme las gafas, la hice pasar.

Al verla, tuve la sensación de que se había equivocado de consulta. A mí, que ya soy hombre viejo, me sorprendió el  aplomo con el que entró por esa puerta, exhibiendo ese tipo de belleza madura que te hace creer que Dios existe, aunque toda tu vida se haya fundamentado sobre la base inamovible de una realidad científica. Se sentó frente a mí y ajustando la falda de su traje de chaqueta sobre las piernas, dejó una cartera de mano en la mesa y mirándome fijamente preguntó:

-¿Cuántos pacientes ve usted aquí?


-¿Cuántos debería ver? -pregunté disimulando mi asombro inicial mientras abría mi cuaderno.


-Por favor, deje a un lado la libreta. No soy un bicho raro al que haya que analizar con unos cuantos garabatos. Dígame: ¿le parezco a usted una exaltada, una esquizofrénica, una...loca?


-Verá usted, esos términos no deben manejarse con ligereza -contesté-, no es algo que pueda dirimirse a simple vista ni con lo que uno mismo deba etiquetarse. Volvamos al principio, si le parece. ¿Qué es lo que le preocupa?


-Busco ayuda, doctor. Estoy desesperada. 




No fue necesario ninguno de esos trucos que utilizamos los psiquiatras para conseguir cierta empatía con el paciente y generar así su confianza; un lápiz que accidentalmente cae al suelo, un crucigrama que no acabas de resolver o demasiada luz entrando por la ventana; ella prefirió saltarse los preliminares para entrar directamente en materia, con una naturalidad que acrecentaba mi intriga. Intentaba mostrarse serena pero reconocí en sus ojos los signos de la lucha, esa batalla que libran los demonios en nuestras cabezas, en la de todos, pero de la que pocas personas son conscientes; los más sensibles, los vulnerables, los que perdieron algo por el camino y pasan su vida buscándolo. Se puso en pie y se detuvo frente a un cuadro al que se empeñaba en enderezar sin fortuna; no es fácil poner derecho algo que lleva varias décadas torcido.

-Doctor -me dijo- ¿Qué pensaría si yo le dijera que no tiene delante a una mujer, sino a dos?


-Bueno, no sería la primera vez, se lo aseguro. Se llama trastorno disociativo de la identidad, es decir; una persona puede tener personalidades distintas que, en algunos casos, llegan a ser incluso múltiples. Lo que es menos habitual es ser consciente de esta disociación.  Dígame, Isabel ¿Cómo ha llegado a esa conclusión?


-Poco a poco, supongo. Se fue manifestando en pequeñas dosis, como si quisiera hacerme asimilar que tenía que aceptarla en mi vida. La primera vez que fui consciente de ello, fue una mañana en la que descubrí en mi lavabo un cepillo de dientes que no me pertenecía. Después aparecieron aquellas faldas largas en mi armario, los libros de Marx en la librería o la decoración zen de la terraza. Todo se complicó todavía más aquella noche en que llegué a casa tras asistir a un mitín del PME, partido al que yo pertenezco. He de confesar que estaba exultante, pues había conseguido que mis compañeros me eligieran para encabezar las listas autonómicas en las siguientes elecciones. Me acompañó a casa Marcial, militante como yo del partido, de quien esa noche esperaba algo más que un par de apresurados besos en las mejillas.


Se quedó callada y por un momento pensé que iba a echar mano de la caja de pañuelos pero no fue así. Levantó la cabeza, tomó aire y siguió su historia:


-Ofrecí una copa a Marcial y él mismo se dispuso a prepararlas. ¡Oh! Le aseguro que era maravilloso oirle rebuscar los vasos en el aparador, sonaba a hogar, a intimidad, a pareja. Logró que me sintiera por un instante, una persona normal. 


-Marcial, ¿Es su novio?


-Iba a serlo, estoy segura, pero...ocurrió algo que dio al traste con todas mis expectativas, tanto personales como políticas.


-Siga, por favor... -Isabel se sentó, se levantó de nuevo y haciendo girar continuamente un anillo que brillaba en su dedo, siguió deambulando por mi despacho hasta que decidió continuar su relato.




-Dejé mi abrigo en el perchero. Le oí sacar los hielos mientras me hablaba: "Estoy orgulloso de tí", me decía,  "el presidente no te quitaba ojo, he oido que le decía a Montilla que tenías mucho futuro en el partido ¡si hubieras visto la cara que ha puesto! Ese Montilla está acabado, él y sus aires de grandeza...sí, querida, esta noche hay que celebrar muchas cosas. Quiero proponerte algo que espero..." -de repente se hizo un silencio extraño, y acto seguido su cálida voz se convitió en un bramido histérico: "¿Desde cuándo tienes perro?". "¿Un perro?", le dije incrédula ,"¿Cómo que un perro? ¿Estás de broma? ¡No he tenido un perro en la vida!".  Imagínese, doctor. Yo, un miembro destacado del PME, con un perro en mi propia casa. Tenemos unas ideas muy claras al respecto en nuestro partido, pensamos que animales y personas deben tener su propio espacio, eso incluye perros, pájaros, tortugas, gatos...en fin; somos contrarios a las ideas que propugnan los del PAP, que pretenden meternos con embudo sus doctrinas "progresistas".


-Lo sé, conozco de oidas su ideario político pero no comprendo que algo tan inocente como tener o no un animal en casa, puede llegar a suponer un problema para los individuos que han de convivir en una sociedad avanzada. ¿Y la libertad de elección? Me pregunto quién será el genio que ha gestado semejante ideario y aún me explico menos que haya gente que lo secunde, es realmente increíble -sostuve con cierta tristeza y poca profesionalidad, mis opiniones eran lo de menos pero ¡qué diablos, era mi último día!


-Ese genio del que usted habla, soy yo; y me siento orgullosa de mi trabajo. ¿No será usted simpatizante del PAP? -preguntó con los ojos encendidos-, de ser así me temo que no puede seguir con mi caso.


-No, Isabel. La política sea del signo que sea,  no casa bien con mi carácter;  pero, aunque no fuera así, ¿Porqué no podría seguir con su caso?¿Teme usted que no la trate con la debida atención por mis tendencias ideológicas?


-En cierto modo, sí. Eso podría hacer que usted simpatizara más con ella, ella es del PAP.
He de admitir que cada vez me sentía más perplejo. Eran días convulsos para la sociedad, las ideologías políticas se estaban radicalizando de tal forma que había padres que no se hablaban con sus hijos, hermanos que renegaban de sus hermanos, matrimonios que rompían por amor a la causa; esta mujer era la Jekyll y Hyde de la política, dos caras contrapuestas de una realidad social completamente fragmentada.


-Dígame, Isabel -pregunté- ¿Oye voces?


-¿Oir voces? ¡Maldita sea, la veo!


Alucinaciones, anoté entonces sin que me reprendiera por hacerlo.


-¿Qué ocurrió después con el perro y con Marcial? -pregunté.


-¡Ah, sÍ!...el perro. Yo no acababa de creérmelo hasta que una bola negra comenzó a olisquear mis pies, a saltar enloquecido a mi alrededor como si me conociera de toda la vida. Era grotesco. Yo ahí, quieta como un mueble y el chucho ladrando, chupando mis brillantes zapatos con esa lengua viscosa y húmeda. Le aseguro que fue algo muy desagradable. En cuanto a Marcial, intenté convencerle desesperadamente de que ese perro no era mío, que no sabía cómo había llegado hasta mi casa, pero no me creyó. "¿Cómo puedes negarlo? No le falta de nada, fíjate: una cama bien mullida, un comedero, juguetes para perros...", me dijo con cara de asco mientras cogía una pelotita del suelo baboseada. Después se lavó las manos en el fregadero con evidente aprensión. Su mirada inquisitiva me atravesó de tal forma que me sentí incapaz de defenderme. "Tendré que informar al partido, lo siento", me dijo. Cogió su abrigo y se marchó. Dos días más tarde llegaron las fotos.


-¿Las fotos?¿Qué fotos? -¡Ah, qué a gusto me hubiera encendido un cigarrillo!


-Las fotos que ella envió a la sede del partido y a mi casa. Fotos mías que...mejor veálas usted mismo.


Sacó de su cartera un sobre del que extrajo unas fotografías y me las acercó. El rostro enrojecido de Isabel evidenciaba una vergüenza incomprensible para mí pues yo no veía nada reprochable en ellas más allá de un cambio estético evidente. Aparecía vestida de forma muy distinta, pantalones bombachos o faldas largas hippys (yo no entiendo mucho de modas), camisetas de tirantes, sandalias, bolsos de tela...su peinado no tenía nada que ver con el que lucía en la consulta; pañuelos de colores, pelo suelto y alborotado...En cuanto al contenido de las imágenes eran de lo más inocente: Isabel jugando con su perro, tomando refrescos en una terraza, fumando ¿un porro?...



-Ya ve, doctor, lo lejos que ha ido con su venganza. El partido, como es lógico, me apartó de sus filas de inmediato y a Marcial no he vuelto a verle. No puedo reprochárselo, él piensa que he traicionado todo aquello por lo que luchábamos. No se puede tener perro y al mismo tiempo ser del PME, ni beber refrescos o fumar porros. Algunas fotos las he quemado, no podía soportar verme a mí misma haciendo según qué cosas, para eso ya están los del PAP, con sus ideas aberrantes sobre la supremacía del reino animal y el medio ambiente. Y ¿Cómo explicarles a ellos que ella no soy yo? ¡Me hubieran tachado de loca o con algo más de suerte, de mentirosa!... Perdone, tengo mucha sed ¿Podría darme un poco de agua? Tengo la garganta seca.


-Por supuesto, ¿Agua entonces? He creido entender que no toma refrescos... -le dije mientras me acercaba a una pequeña nevera que tenía en la consulta.


-¡Oh, no, de ninguna manera! Los del PME lo tenemos totalmente prohibido, con su consumo se financia el PAP ¿Es que usted no ve las noticias?.


-Lo siento, la verdad es que cada vez menos -contesté alargándole un vaso de agua-. Ha dicho usted que "ella" envió las fotos por venganza, ¿Qué ocurrió después?¿Averiguó de quién era el perro?


-Desde luego que sí. El perro era de ella.


-De ella..., claro, claro...¿Cómo lo sabe?


-Ella misma me lo dijo. Yo ya había oido su voz, en mi cabeza, pero no la reconocía como mía. No sé si me entiende, era como si escucharas tus propios pensamientos sabiendo que no eran tuyos, pero nunca la había visto. Aquella noche no conseguía dormir así que me levanté y me preparé un vaso de leche caliente. Salí con el vaso en la mano hacía el salón cuando, al pasar por un espejo que tengo en el pasillo, me ví; es decir, la vi a ella. Llevaba piercings en la nariz, en la boca y en una ceja. Rastas en el pelo despejadas en la frente por un colorido pañuelo. El vaso cayó al suelo y la leche se desparramó dejando salpicaduras blancas en la pared y en mis zapatillas. Me miraba con insolencia y curiosidad, con desprecio."Tienes mal aspecto", me dijo. Yo estaba asombrada, era exactamente igual que yo, sé que era yo pero no se parecía en nada a mí. Eran mis facciones, sí. Ahí estaban mis ojos, la misma nariz, los labios; pero tenía vida propia. Era como ver a una hermana gemela con la que solo compartes los rasgos. ¿Qué estaba pasando? Ella seguía estudiándome con expresión hostil, yo estaba aterrorizada, paralizada por la angustia al pensar en la posibilidad de que traspasara el espejo. "¿Es que no vas a preguntarme quién soy?"  -decía-. "Mírate, estás temblando. No me digas que no lo sospechabas, hace años que sabes que existo, pero no te atreves a afrontarlo. Yo soy todo lo que odias y tú, tú eres todo lo que odio yo. Hasta eso podría perdonarte si no hubieras matado a mi perrito, no debiste hacerlo, él no te había hecho nada. ¡Esta también es mi casa! Lo pagarás... tú y tus intrigantes amiguitos del PME, ya lo creo que lo pagarás...". Entonces, doctor, comenzó a reirse con ese tipo de risa histriónica que vemos en las películas de terror  "¡Yo no he matado a tu perro!"   -grité entre sollozos- "¡Estuve buscándolo durante días pero no apareció! No es culpa mía, no es culpa mía... ¡Vete de mi vida! ¡Vete o por Dios te juro que acabaré contigo como sea! ¡Fuera!". Después de mis amenazas se fue y el espejo me devolvió mi imagen; pero ella sigue ahí, acechándome, dispuesta a aparecer de nuevo en cualquier momento.



En este punto, Isabel se abrazaba a sí misma como si tuviera frío. Me asusté cuando, sin mediar palabra, se echó las manos a la cabeza y comenzó a tirar de su pelo rabiosamente y, de repente, con una furia salvaje que me sobrecogió,  golpeó su frente contra la puerta; era como si algo o alguien la hubiera poseido,  después,  justo en el momento en el que me lancé hacia ella para evitar que se hiciera más daño, sin advertir el hilo de sangre que se deslizaba por su frente, gritó:


-¡No podrás, no podrás! ¡Eres una cobarde! ¡Pagarás muy caro haber matado a mi perro! ¿Me oyes?


Fue entonces cuando, al girarse hacia mí, ocurrió algo por lo que cualquier psiquiatra mataría; y yo, a unas horas de mi jubilación, era testigo de ello: Isabel se transformó; ahí, en mi despacho, delante de mis narices.  Esa mujer confusa y desorientada, no era la que unos minutos antes intentaba colocar rectos mis cuadros.


-¿Quién es usted? -pregunté suavemente mientras limpiaba con una gasa la sangre de su rostro.


-Yo iba a hacerle la misma pregunta. ¿Es esto una consulta médica?...esto es cosa de Isabel, ¿verdad?


-Sí, es cierto. Yo soy el Doctor Cañizares y estaba atendiendo a Isabel cuando usted apareció.


-¿Le ha contado a usted que ha matado a mi perro?


-Hemos hablado de ello aunque Isabel sostiene que no lo hizo, posiblemente escapó. Y yo la creo.


-¿En serio? ¡Oh, ya veo! ¿Le ha comido el coco, no? ¡Ella odia los perros! ¿Porqué iba a perdonar al mío? ¿Me creería si le digo que Isabel es virgen todavía? Yo casi lo agredezco, los tipos con los que se codea son un auténtico peñazo, tan dominados como ella por esos ridículos dogmas del PME que son incapaces de disfrutar los placeres que nos ofrece la vida. Yo soy del PAP, y pronto llegará el día en el que lideraremos el cambio de esta sociedad corrupta y apática. Si supiera lo que odio estar en el mismo cuerpo que ella...¡Joder, no aguanto sus trajes de chaqueta, me axfisio con esta ropa ceñida, apenas se puede respirar...Oiga, ¿qué le ha contado? Supongo que quiere hacerme desaparecer...sí; es obvio lo que está tramando, una de las dos tiene que morir ¿no le parece? Isabel o Zaira. No hay sitio para las dos en un mismo cuerpo, ¿verdad? ¿Qué va a hacer usted al respecto?



Me había hecho la pregunta del millón y me tomé unos segundos para observarla, para evaluar los cambios que se habían producido. Enmarañaba su pelo con los dedos, como si le molestara ir bien peinada y había algo infantil en esa mirada obstinada que empezaba a conmoverme.


-Verá,  Zaira  -contesté-, no tiene porqué ser así. No tiene porqué sobrevivir una y morir la otra, ambas están unidas a un pasado, a una historia común que por algún motivo les duele recordar, ambas están sufriendo por ello.  Ninguna de las dos es real pero tampoco ninguna deja de serlo. Si está de acuerdo, le propongo la hipnosis. Hagámolo ahora, para qué esperar, ya han padecido bastante. Averiguaremos las circunstancias que las han llevado a este extremo. Estoy seguro de que tuvo que haber algún episodio en su niñez que no han podido superar todavía, si damos con las razones podemos afrontarlo y, con el tratamiento adecuado, vencerlo. No tienen nada que perder.


Se quedó pensativa, supongo que tenía miedo. Yo también lo tendría, pero aceptó.


La acomodé en mi raído diván y comencé la sesión de hipnosis. Uno...dos...tres. Relájese, le dije, y ella lo hizo. Yo no sabía con cuál de las dos hablaría, posiblemente con ninguna; pero cuando volví a escuchar su voz, supe que quien hablaba era aquella niña que andábamos buscando. 


-Mi abuela me ha regalado un cachorro -sus párpado cerrados temblaban-, es precioso, blanco con unas manchitas negras en el hocico. Lo cuido mucho. Cuando vengo del cole corre alegre hacia mí y da brincos a mi alrededor. Es el mejor perrito del mundo. ¡Cuidado! Viene papá..."¿Dónde está mi niña?", me dice. Yo le digo a Cody que se vaya porque a papá no le gustan los perros, pero él no me hace caso. Papá viene hacia mí y me besa. Su aliento huele mal, está borracho. Empieza a manosearme, "nenita", me susurra al oido; y me mete la mano bajo la falda. "¿Qué tiene mi nena para mí?". Yo intento zafarme pero él es muy fuerte. Grito: ¡mamá!, pero ella no me oye y entonces Cody se abalanza sobre él, mi pobre Cody;  y le muerde, le muerde muy fuerte. Mi padre tiene sangre en la cara y enfurecido coge a Cody y...¡Oh, Dios mío! golpea a Cody contra la pared, el cachorrito aúlla, gime de dolor y mi padre vuelve a levantarlo en el aire y...¡No, papá. Deja a mi perrito, haré lo que quieras! ¡Papá! Pero ya es demasiado tarde, Cody tiene la cabeza destrozada, está muerto...¡muerto!




Yo estaba horrorizado. Ella lloraba con esa clase de llanto que le rompe en dos a uno, el llanto de una niña; pero su expresión era cada vez más dulce, más humana. Me levanté de mi asiento y fui hacia ella muy despacio. Cogí sus manos entre las mías. Uno...dos...tres ¡Despierte! 


A mi orden abrió sus ojos, profundos como el sueño de los niños, y serena, silenciosamente, me regala una sonrisa agradecida que atrapo con las prisas de un adolescente enamorado; temeroso de que el breve instante se quiebre y se convierta en espejismo. Aún tenía sus manos entre las mías y me obligué a no retenerlas más, pues no son manos que me pertenezcan. Volví a la realidad, muy a mi pesar; necesitaba saber quién era, cuál de ellas se había salvado o más bien, quién iba a ser a partir de entonces. 


-¿Cómo quiere que la llame? -pregunté y tuve que esperar unos segundos su respuesta.


-Llámeme Paz, doctor. Así es como me siento, en paz.


Diez minutos después aquella mujer extraordinaria se marchó, y con ella se fue mi última esperanza.  Yo abrí la ventana de la consulta y encendí un cigarrillo que guardaba al fondo del cajón, escondido tras una caja de pañuelos. En la calle, los partidarios del PAM se enfrentaban violentamente contra los del  PAP;  la policía empezaba a sacar sus porras. El mundo está loco, pensé. La ví por última vez y me pareció tan libre como lo son las palomas. Cruzaba la calle alejándose de esa jauría vociferante y siniestra, era tan hermosa que no me hubiera importado morirme allí mismo, mirándola hasta que ese cielo en el que no creo me llevara. Sin embargo, aspiré el humo de mi penúltimo cigarro, cerré la ventana y abandoné el despacho. Ya estaba jubilado.


(Fotogramas de la película "Las tres caras de Eva"



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