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martes, 10 de enero de 2017



 DESDE EL OTRO LADO DEL ESPEJO


 Sé que estás pensando en mí, en este preciso instante en el que yo también lo hago, estás pensando en mí. Empiezas a admitir que te rendiste, acuciado por el miedo a esa locura que nunca te atreviste a comprender,  ni aún hoy tienes el valor de confesarlo. Divagas...lo sé, no creas que solo te imagino o que todavía me alimento del recuerdo. Aún veo ese orgullo indomable que lo corroe todo, esa cobardía que te mantuvo estático aquella noche triste en que las sombras me engulleron.
Saliste al balcón y rozaste al pasar las clavelinas, aquellas que compramos junto al gel de ducha o el vino para la cena, lo sé porque ví la minúscula brasa de tu cigarrillo lanzando un fulgor tan débil que no pude seguirlo. Te preguntas el porqué de muchas cosas y sé que mirando por la ventana, hoy tan blanca la montaña como lo era yo entonces, no encontrarás la respuesta.
Tal vez lo harías si te vieras a tí mismo en ese espejo en el que no te conoces, donde hay otro que ya no eres tú, mirándote con extrañeza y cierto azoramiento. "Así no vamos a ninguna parte", me dijiste, y desde entonces mis pies y los tuyos discurren por distintos caminos. Y ahora te digo yo: ¿Hasta dónde has llegado? Sin verte adivino que estás en el mismo sitio, como un barco encallado que se oxida o un naúfrago en una isla que no figura en ningún mapa. Piensas que estás vivo y es mentira. Lo crees porque tus ojos miran y parecen ver, o tus oidos distinguen los graves de los agudos, o tu boca se abre y cierra cuando hablas. Pero, piensa un poco, piensa...¿Acaso tus ojos se encuentran con los míos? ¿Escuchas ahora la voz que te mantuvo en un continuo anhelo? Yo te digo no, y por eso estás muerto.


Si te sirve de consuelo, yo lo estoy hace tiempo.




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