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sábado, 23 de septiembre de 2017


POR LA GLORIA DE MI MADRE 


El rostro compungido de Toñi permanecía pegado al cristal del velatorio. Nadie se atrevió a decirle que un rulo olvidado anidaba en su pelo,  o que un hilo blanco pendía con descaro de una flor de su negra chaqueta. Ella seguía en pie frente al ataúd, ajena al ir y venir del gentío que presentaba sus condolencias.



 —Toñi, tesoro ... llevas un rulo en la cabeza. Anda, ven que te lo quite. —Dijo a modo de saludo María,  una mujer rolliza de aspecto afable y los dientes manchados de carmín —Cuando murió mi madre, que en paz descanse, me dejé puesta la olla en el fuego. No me acordé de eso hasta que me localizaron los bomberos. Tuve que cambiar la cocina entera y a poco pierdo hasta la casa.  Así era mi madre, dando guerra hasta el último momento. —Y dicho esto, le devolvió el rulo a su dueña, así como el hilo blanco que le colgaba de la chaqueta.

—Pues yo ayer no sabía ni lo que hacía. Ni tiempo para ir a la peluquería el último mes, así que me puse unos rulos anoche para estar más presentable, pero esta mañana, con las prisas... ¿Has visto cuántas coronas le han traído? Y lo guapa que está, le he puesto lo más nuevo que tenía. No le hubiera gustado estar de cualquier manera.

—Es verdad, siempre fue muy presumida. Oye —le dijo María mirando hacia la puerta—, ¿Quién es esa chica tan elegante que está en la entrada? Parece una modelo o una actriz de cine...

—Es mi sobrina Carlota, la hija de Manuela. Vive en Madrid, es abogada. Una lumbrera pero más estirada que un junco de orilla. Fíjate que una vez coincidimos en la boda de mi sobrina Ester, la hija de Paco, y no quiso sentarse en nuestra mesa porque decía que hablábamos demasiado alto y no parábamos de decir palabrotas. Sentir vergüenza de tu propia familia es propio de ingratos, no es natural. Mi madre, que la tuvo en sus rodillas tantas veces, estuvo esperando un beso suyo durante toda la celebración. Tuve que llevármela a casa en el primer baile y aún así intentaba justificarla como podía, que si se habrá pensado que ya me lo ha dado, que si tiene tantas cosas en la cabeza y son tan importantes que es lógico que no atienda a estas simplezas...la pobre estaba muy orgullosa de su nieta pero después de ese día no volvió a verla. Se fue del mundo sin ese beso que tanto bien le hubiera hecho.

—Los jóvenes son como son, Toñi. Seguro que ella no se dio ni cuenta, no hay que hacer de una bola una montaña.

—No, María, no. Mi madre no se merecía ese desprecio. Y yo tampoco. Pero...por la gloria de mi madre te digo que esto no ha de quedarse así.

En ese momento, Carlota y su madre entraron en el velatorio, siendo interceptadas a cada paso por las visitas que de forma ordenada daban el pésame a las dos mujeres.

—Ahí está mi hermana. ¡Ni una mano me ha tendido! ¡Ni una! Y ahora mírala, parece una plañidera. Una vez vino a verla al hospital, ¡el tiempo de un bocadillo se quedó! Ni un minuto más.  ¿Pues no está llorando la jodía? Fíjate en los abrigos que llevan. Y mi madre con uno raído lleno de bolas que le quitaba con una cuchilla. No me digas que no tiene delito la cosa. Anoche me llamó. Que teníamos que hablar del testamento, me dijo. Que si quería, Carlota me buscaría otra casa antes de vender la de mi madre. ¡Pero yo vivo aquí!, le dije. Ya, me contestó, pero es la casa familiar y no sería justo que de tres hermanos lo disfrutara sólo uno. Esa fue su respuesta, ¿qué te parece? Hasta ayer poco les importó a los dos que la casa la disfrutara sólo yo;  claro, habida cuenta de que ese disfrute llevaba consigo la obligación de cuidar de la madre. Mira, María, ganas me dan de armar un escándalo para que todo el mundo se entere de la clase de personas que son, pero seguro que encima me tomarían por loca. Menos mal que llevo un valium en el cuerpo que si no...

María la consoló con unas palmaditas en la espalda y le aconsejó que bajara la voz, pues no era ni el momento ni el lugar oportuno para arreglar asuntos de familia tan desagradables.

 Un refinado perfume cercenó el ambiente sobrecargado que hasta entonces respiraban. María aspiró una bocanada con fruición, sintiendo un placer inesperado que acabó sonrojándola.

—Hola, tía. —Le dijo Carlota mientras le daba un beso de esos que se quedan en el aire sin rozar la piel.

Toñi se limitó a soltar un gruñido mientras Manuela se quitaba un pañuelo que llevaba anudado al cuello.

—¡Qué calor hace aquí por Dios! —exclamó— ¿No quedamos ayer en que taparíamos el féretro? No me gusta verla expuesta así ante todo el mundo, son unas costumbres odiosas... ¿Quién le ha puesto ese colorete en la cara?

—Siempre igual Manuela. Llegas la última y lo único que se te ocurre es protestar. Yo misma la he maquillado. La he visto tan demacrada que he sacado de mi bolso el colorete y se lo he puesto. Sabes perfectamente que ella no iba ni a por el pan sin su rimmel o su colorete. —Y mirando hacia la finada, lanzó un suspiro y exclamó:

—No sabes lo pálida que estaba...

—¿Cómo no va a estar pálida si está muerta? Chica, no entiendo cómo puedes ser mi hermana, ¿cuándo vas a evolucionar, Toñi? —A Toñi le dolió la observación. Ella no lo tuvo fácil. Un matrimonio fallido la obligó a volver a casa de sus padres. Cayeron enfermos uno tras otro y, año tras año, ella cuidó de los dos y fue envejeciendo. Sus hermanos mientras tanto siguieron con sus  vidas y la distancia física y emocional entre ellos se fue haciendo cada vez mayor. Toñi sólo tenía dos grandes temores: acabar sola y morir antes que su madre, porque sabía que sus hermanos pondrían mil objeciones para evitar ocuparse de ella llegado el caso. En cuanto a acabar sola, era algo que ya había comenzado a asumir—. En fin, no importa —siguió Manuela dando un respingo—, al final siempre haces lo que te da la gana. ¿Han llegado todas las coronas? Paco me ha dicho que en una de ellas había un montón de flores rotas. Deberíamos quejarnos a los del seguro, toda la vida pagando para que al final te traten de esta manera.

—Mamá —dijo Carlota desde la altura inalcanzable que le otorgaban sus tacones de vértigo. Toñi descubrió la mirada que intercambiaron madre e hija. Vio en sus ojos una especie de código secreto que le hizo ponerse en alerta.  "A ver qué me tienen preparado ahora estas dos", pensó—. ¿le has dicho a la tía lo que hemos estado hablando?

—No, ahora iba a hacerlo —contestó Manuela—. Hemos decidido incinerar a mamá.

—¿Qué? ¿Incinerarla dices? ¡De eso nada! ¡Pasar por el fuego a tu propia madre, no! Se la enterrará como a todo el mundo. ¡Pues no te has vuelto tú moderna ni nada! Además, quiero encargarle un panteón. Ella se lo ha ganado.

 Alguien alargó un café a Carlota y se ofreció a traerles algo a las dos hermanas que se negaron con un ligero gesto de cabeza.

—¿Ves, hija? Te lo dije. Ya sabía yo que tramabas alguna tontería. ¿Un panteón? ¿Para qué?  Es un gasto inútil, un derroche, un capricho infantil. ¡Se nos irá en el panteón una fortuna! A mí me dijo que prefería que la incineraran. —Manuela estaba crispada, Toñi lo supo cuando observó que estiraba su chaqueta de forma compulsiva, dejar de fumar le creaba un problema a su hermana. No sabía qué hacer con sus manos.

—¿Ah, sí? —Preguntó Toñi— ¿Y cuándo te dijo eso? No habrá sido este último mes, que apenas te vio el pelo.

—Oh, vamos...ya estamos con eso. Sabes muy bien que yo no tengo tanto tiempo como tú. Una familia requiere una completa dedicación. Es un sacrificio, te lo aseguro. Tú has tenido suerte, ahora podrás hacer cuanto te apetezca. Sin embargo una madre lo es para toda la vida. Y no, mira. Me lo dijo hace mucho. Y te aseguro que lo tenía clarísimo: "Manuela —me dijo—, quiero que me incineren y arrojen mis cenizas en el pueblo, desde lo alto del monte de la veleta".

—Pero, ¡si ella odiaba el pueblo! Nunca fue feliz allí, nunca. Y tú lo sabes. Y Paco ¿qué dice?

—Paco dice que está de acuerdo. Que el pueblo no le gustaba, pero la idea de que los bichos le recorrieran todo el cuerpo, aún le gustaba menos. Yo creo que es lo mejor. También tenemos que quedar para hablar del testamento y del reparto de las joyas. Yo en realidad... sólo quiero una joya de mamá. El anillo de oro blanco de la abuela. Lo demás puedes quedártelo tú. Cuando vendamos el piso y la casa del pueblo, repartimos los beneficios y la cuenta corriente al tercio. Cuanto antes acabemos con esto, mejor. Menos mal que tenemos a Carlota. Ella se ocupará de todo. Te mantendremos informada de los detalles, si no tienes inconveniente...claro.

Pero Toñi tenía muchos inconvenientes. Empezaba a marearse.  Su madre ahí, de cuerpo presente, caliente todavía en su caja de caoba. Su hermana hablando de joyas, dinero, casas... y el anillo. Manuela quería el anillo de oro blanco y diamantes de la abuela.  El anillo preferido de mamá, que nunca llegó a lucir en su dedo por pudor, porque no se consideraba digna de un objeto tan soberbio para su modesta persona. Volvió a mirar a su madre, tendida en su último lecho. No lloró, ya tendría tiempo de hacerlo.

—Está bien. La incineramos, no seré yo quien me oponga a su voluntad —Dijo Toñi dándoles la espalda—. Voy a entrar a despedirme antes de que se la lleven. ¿Queréis venir conmigo?

—No tía, yo no voy. Me dan mucho miedo los muertos.

—Yo tampoco. —Contestó su hermana—. No me gustan las despedidas.

Toñi entró sola en la salita acristalada que albergaba el féretro de su madre. Sabía que su hermana no entraría, el miedo de Carlota a los muertos, por muy muertos nuestros que sean, lo había heredado de Manuela. Acarició el rostro de su madre, su lacio cabello descansaba sobre el blanco raso del ataúd. Le pareció hermosa y vulnerable, como lo era en vida. La besó con dulzura en la frente y posó sus manos sobre las de ella. Acarició con ternura la lívida piel de sus dedos, uno a uno, añorando el tacto cálido que siempre tuvieron. De repente, supo lo que haría. Buscó a su hermana al otro lado del vidrio y, con una sonrisa triunfal en el rostro, le mostró la mano derecha de su madre. En su anular brillaba el hermoso anillo de diamantes de la abuela.


Fue la última vez que Manuela vio a su madre, justo antes de que un empleado de la funeraria cerrara las cortinas y se la llevara camino del crematorio.

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