Páginas

Vistas de página en total

miércoles, 30 de noviembre de 2016

POLVO ERES




El día en que Francisca se casó, sus padres se sintieron felices y aliviados. Lo cierto es que, por mucho que fuera su hija, ya no podían soportarla ni un minuto más. Francisca era una adicta a la limpieza y el matrimonio no solucionó su obsesión.  A veces se despertaba en mitad de la noche incapaz de conciliar el sueño al pensar en la cantidad de motas de polvo que minuto a minuto estarían posándose en los muebles sin que ella pudiera evitarlo. Tenía un ejército de escobas a su servicio, un armario lleno de bayetas de  grosores y texturas variadas, un arsenal de productos jabonosos aptos para cualquier superficie; mopas, fregonas y cubos ocupaban la galería de la cocina y sin embargo, nunca se sentía satisfecha con los resultados. A su recién estrenado marido no parecían preocuparle en exceso las rarezas de Francisca hasta que ella empezó a esperarle a la salida del baño cada vez que él hacía uso del mismo. 
MISION IMPOSIBLE



Corríamos como centellas pero ya nos pisaban los talones. Nos descubrieron por el crujido de una rama bajo el pie de Mateo, justo cuando estábamos a punto de darles caza. Ellos estaban sentados, eran seis, bebiendo de sus cantimploras un trago de agua que a nosotros, menos previsores, nos hubiera sabido a gloria. Llevábamos toda la mañana detrás de ellos, escondiéndonos tras los árboles o las rocas, espiando sus movimientos. Hablábamos en susurros o lo intentábamos, porque Pedro siempre ha tenido la lengua muy suelta y la risa floja, así que más de una vez tuvimos que darle una colleja para que se callara o toda la operación se vendría abajo.