Páginas

Vistas de página en total

miércoles, 30 de noviembre de 2016

MISION IMPOSIBLE



Corríamos como centellas pero ya nos pisaban los talones. Nos descubrieron por el crujido de una rama bajo el pie de Mateo, justo cuando estábamos a punto de darles caza. Ellos estaban sentados, eran seis, bebiendo de sus cantimploras un trago de agua que a nosotros, menos previsores, nos hubiera sabido a gloria. Llevábamos toda la mañana detrás de ellos, escondiéndonos tras los árboles o las rocas, espiando sus movimientos. Hablábamos en susurros o lo intentábamos, porque Pedro siempre ha tenido la lengua muy suelta y la risa floja, así que más de una vez tuvimos que darle una colleja para que se callara o toda la operación se vendría abajo.
A Tomás le irritaba la verborrea imparable de Pedro: "Si no te callas de una vez, de la patada que te arreo acabas ladera abajo y no hay quien te pare hasta la plaza, tú mismo".  Mateo, que no sabía donde meterse, se rascaba la cabeza con frenesí y  yo intentaba mediar entre ambos. No sé por qué pero casi siempre lo conseguía, "¡Bah! déjalo en paz, Tomás. Es un pamplinas, pero tiene mejor puntería que cualquiera de nosotros y nunca ha dicho que no a una misión, nos viene bien que esté en nuestro bando". Pedro me lanzaba una mirada agradecida, Mateo dejaba de rascarse y Tomás acababa cediendo, "está bien, pero a la próxima..." Tomás era un tipo duro, el más fuerte de los cuatro,  y él lo sabía. Fue quien planeó la incursión de principio a fin con todo detalle.
- Mis espías me han dicho que han descubierto nuestro escondrijo  y van a destruirlo, no van a dejar ni las piedras, así que mañana a primera hora, nos vemos en la explanada. Subiremos antes que ellos y les esperaremos en la ermita. Cuando lleguen, salimos todos a la vez  y empezamos a disparar.  Allí no hay pinos ni rocas donde puedan ocultarse así que será fácil vencerles porque no se lo esperan. ¿Estáis conmigo?-la respuesta no fue inmediata pues nosotros tampoco nos lo esperábamos. Una cosa es entrar en batalla porque no hay más remedio y tienes que defenderte y, otra muy diferente, ir a buscarla. ¿No sería más lógico no meterse en más líos y construirnos otro escondite? Al fin y al cabo, tampoco nos había costado demasiado esfuerzo hacerlo y al menos, preferían cargárselo sin estar nosotros dentro, lo cual sí que hubiera sido un desastre, creo yo. No era el único que pensaba así, lo supe por las miradas cruzadas que (a excepción de Tomás),  nos dirigíamos, cargadas de temor, como si con mirarnos unos a otros pudiéramos encontrar una solución que no nos expusiera tanto ante el enemigo. Los ojos de Tomás brillaban recelosos y desafiantes.  ¡Pobre Pedro! No se le ocurrió otra cosa que sacar sus naipes del bolsillo y sin mediar palabra, cosa extraña en él, comenzó a edificar un castillo con ellos hasta que, al llegar al tercer nivel Tomás, de un soplido, lo derrumbó sin contemplaciones.
-¡Sois unos gallinas! ¿Estáis conmigo o no?
-¡Yo sí!-me sobrecogí al escuchar una voz y mi sorpresa fue mayúscula al darme cuenta de que era la mía.
-¡Yo también!-contestó Mateo.
-No soy un gallina-dijo Pedro mientras guardaba las cartas en un bolsillo- contad conmigo.
Nos quedamos todos envueltos en un silencio tenso que parecía durar una eternidad hasta que de pronto, Tomás propinó un cachete amistoso a  Pedro lo que provocó que se le escapara la risa floja y nos la contagiara a todos. Fue entonces cuando los cuatro nos dimos un abrazo e inmersos en la alegría echamos a andar mientras elaborábamos un plan infalible para vencer al enemigo.
Así fue como nos metimos en este aprieto, yo iba pensando en ello mientras corría desaforado por la cuesta, intentando esquivar los proyectiles que silbaban a mi alrededor. Oí gritar a Mateo "¡Me han dado!" y a Pedro preguntarle si estaba bien. Tomás gritaba "¡No pareís, ya queda poco!". Efectivamente la plaza podía verse allá abajo, si corríamos un poco más, si no nos rendíamos, seríamos libres. Ellos eran muy rápidos, iban tras nuestros pasos como perros rabiosos pero ya estábamos cerca de la fuente, podíamos incluso oir el graznido de los patos en el estanque.  Nos faltaba el aire y sudábamos tanto bajo ese sol de Agosto que por un momento pensé que acabaría derretido como un azucarillo. "Vamos, un poco más y ya está, corre, corre un poco más...corre, corre...".
Entonces vi a mi abuelo en la plaza  y volé hasta sus brazos. Había perdido mi tirachinas nuevo durante la huida pero no me importaba, estábamos salvados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dime qué opinas